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Juan Pablo II 1920-2005
Por
Congregación Hermanos M.
Publicado:
1 Abril 2005
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Karol Wojtyla no sólo fue nuestro Sumo Pontífice por más de un cuarto de Siglo, sino todo un icono de la Iglesia Católica de nuestros tiempos. Hombre de muchos dones. Actor, poeta, escritor, deportista. Un misionero, un peregrino, un hombre carismático, todo un comunicador. Un devoto de María a quien consagró su pontificado con el lema "Todo Tuyo"
Juan Pablo II sintió, vivió y expresó en vida una profunda devoción por María. Desde niño, sus padres le inculcaron la devoción mariana. Muy presente estuvo en su infancia la “Presencia” de la virgen morena de Polonia, Nuestra Señora de Czestochova. Ella fue compañera de su niñez peregrina, sus años adolescentes, el sufrimiento en las canteras, sus estudios clandestinos para sacerdote y su misión arzobispal luego de la Segunda Guerra Mundial. “Vengo ante ti María, como tú llegaste al pie de la cruz de tu hijo”, dijo después de haber sido investido como Juan Pablo II, en 1978. Su escudo pontificio, con la M al pie de una cruz abierta al mundo, es uno de los más sencillos. Su lema “Totus tuus” expresa su consagración y confianza en la Buena Madre “Todo Tuyo” El icono mariano que difundió no se limita a la virgen joven europeizada. Incluye todas las manifestaciones marianas: Guadalupe, la virgen mestiza mexicana; la de la Caridad del Cobre, que representa el anhelo cubano, o las diminutas imágenes de la virgen de Suyapa, de Honduras, y de Los Ángeles, de Cartago, Costa Rica. De hecho, como olvidar que en su visita a nuestro país durante 1987, en el Templo Votivo de Maipú, coronó a nuestra querida Virgen del Carmen, como Reina de Chile. En 1981, cuando sufrió el atentado en la Plaza de San Pedro, una bala casi le sega la vida. En dicha ocasión prometió que si salía con buen pie se consagraría en cuerpo y alma a María, en la advocación de la Virgen de Fátima.
Tiempo después, en una visita a Portugal, llegó al santuario mariano y depositó en la corona de la Virgen la bala que le extrajeron los cirujanos. En adelante, consagró el mundo al Inmaculado Corazón, y se convirtió en un asiduo defensor e impulsor de la fe mariana. Así lo confirmó en su último mensaje, aquel escrito póstumo para el Regina Coeli de la Fiesta de la Divina Misericordia, en el que llama a los cristianos a “contemplar con los ojos de María el inmenso misterio de este amor misericordioso que surge del Corazón de Cristo”.
 
A la Buena Madre, a quien el Santo Padre se encomendó y consagró, agradecemos por su vida, con el imborrable recuerdo del rostro de Champagnat sobre los andamios de una Plaza de San Pedro, en donde Juan Pablo II entregó al mundo un nuevo modelo de santidad. Llegar “A Jesús por María” como San Marcelino Champagnat.  

 
   

   

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